Hoy, desde mi vulnerabilidad, os traigo esta comparativa de palabras.

De pequeña aprendí que tenía que ser fuerte, que tenía que sacar fuerza aunque no la sintiese para poder afrontar el día a día. 

“Da igual lo que ocurra, siempre hay que ser fuerte. Si no eres fuerte te comen”. 

Con este mensaje aprendido empecé a esconder mi debilidad. 

No me gustaba verme ni sentirme débil, iba en contra de mi principio. Y se unía al miedo de “¿Qué opinarán de mí si no puedo con todo?”

Solución: ocultarlo al mundo. Así sería más feliz. Mi entorno me respetaría e incluso me admiraría… 

¡Qué ingenua! Por supuesto que NO era así. Me auto engañaba.

Con mucho amor y agradecimiento os cuento mi momento de cambio de mirada en una de tantas conversaciones con mi terapeuta dónde yo me expuse. 

Con ella, vivo el momento y el lugar como algo seguro donde sí puedo mostrar mi «debilidad», no existe el juicio. Ahí me siento segura.

De esa conversación saqué un gran regalo de vida. 

Me mostró con una pregunta como la palabra debilidad me hacía sentir pequeña y me impedía respetarme. Más bien me hacía machacarme.